martes, 25 de enero de 2011

Grandes momentos históricos II - La magia comienza.


Mientras Hans Rybner balanceaba nerviosamente sus piernas en el asiento de clase turista que le llevaba de su pueblo natal a la bulliciosa Hamburgo difícilmente podría haber previsto lo que allí iba a acontecerle.

Hans, hijo de alfareros, nieto de alfareros y bisnieto de alfareros -al menos hasta donde recordaban los álbumes de fotos de la familia- era también alfarero por inercia generacional. Pero Hans odiaba la arcilla y a diferencia del resto de su familia tenía unos dedos delicados, delgados y largos. Su hermano Rupert, por ejemplo, se burlaba de él y le llamaba 'pianista', insulto que ocupaba una de las primeras posiciones en su escala de ofensas. Pero Hans no quería ser pianista, Hans quería ser mago.

Desde que con cinco años viera a Günter el Magnífico hacer el truco del pañuelo bailarín enfrente del taller de su padre tuvo claro a qué quería dedicar su vida. Pero la inercia generacional para un primogénito varón es insalvable y tuvo que ocuparse del taller familiar una vez que su padre murió. No porque fuera necesario para alimentar al resto de hermanos -de hecho el taller generaba cuantiosas pérdidas- sino porque era lo que se suponía que debía hacer.

Muchos años después de que muriera Günter el Magnífico, Hans, aunque nunca llegó a saberlo, conoció a su nieto. De camino a Alemania, el nieto de Günter, Jurgen, paró en su taller para hacer unas consultas acerca de unas piezas de cerámica que pretendía emplear en uno de sus trucos pues él también era víctima de la inercia generacional. Obviamente, Hans le atendió encantado y fue amable por primera vez con uno de sus clientes después de 15 años moldeando cuencos de barro. Jurgen el Fantástico le obsequió agradecido con una entrada para el Festival de Magia que se celebraría dos meses después en Hamburgo.

Durante los dos siguientes meses Hans experimentó varias cosas por primera vez. Por primera vez sintió que la vida no era cenicienta y gris como la arcilla con la que había trabajado día tras día desde que tenía uso de razón y por primera vez soñó. Soñó con sables, soñó con pañuelos de colores de viveza indescriptible, con conejos saliendo de chisteras, con chisteras saliendo de conejos, con cuchillos que cortaban el aire para clavarse hasta la empuñadora a escasos milímetros de ingles anónimas, soñó con todo tipo de imposibilidades, soñó con la magia, la propia esencia de la magia parecía cobrar forma ante sus ojos durante sus sueños, tan hipnótica, serpenteante, tan tentadora. Apenas habría podido concentrarse para trabajar de no haber necesitado el dinero para poder pagarse el viaje a Alemania.

Y por fin llegó el gran día, después de un larguísimo viaje en tren llegó a una Hamburgo en pleno Festival. Decepcionado poco tardó en darse cuenta de que su entusiasmo por el Festival de Magia apenas era compartido por otras cinco personas en toda la ciudad, con las que por otro lado, nadie que apreciara su tiempo libre habría compartido un café. El Festival de Magia tan sólo era un festival accesorio al gran Festival de Hamburgo, que como todo buen festival tiene en el alcohol a su mayor reclamo -y tal vez único-. Las calles estaban atestadas de rubicundos beodos tambaleantes y para el pobre Hans, acostumbrado a la quietud de su taller, aquello era demasiado. Agarrado a su entrada intentó preguntar a varios de aquellos borrachos pero poco obtuvo como respuesta aparte de balbuceos, relatos inconexos y eructos.

Más de casualidad que de otra forma finalmente lo consiguió, finalmente llegó a la carpa descolorida y remendada en la que se alojaba LA MAGIA. Apenas había cola salvo la que formaban unos austriacos mal informados, así que Hans pronto llegó hasta el enano que hacía las veces de taquillero subido a un cubo dado la vuelta. Cuando Hans le tendió la entrada al enano se convirtió en el único testigo en toda la historia de la humanidad de un fenómeno paranormal, de un fenómeno mágico, de algo completamente inexplicable, Cuando Hans le tendió la entrada al enano éste se volvió bruscamente para evitar que entrara en la carpa uno de los austriacos que aún no se había convencido de que allí dentro no sirvieran cerveza. El enano no pudo verlo pues con su movimiento se trastabilló y se cayó del cubo. Pero Hans sí pudo, entre todos los presentes solamente Hans lo vio, vio como su entrada para el Festival de Magia de Hamburgo desaparecía de su mano, sin ningún efecto de luz ni sonido, sin ninguna sensación extraña, sin que el aire se enrareciera en absoluto. Simplemente desapareció y el enano, enfadado como sólo puede enfadarse un enano del que unos austriacos borrachos acaban de reírse no le dejó entrar en la carpa y Hans tuvo que volver a su taller.


Pese a ser la única persona que jamás ha contemplado algo verdaderamente mágico y no simples juegos de manos, trucos y engaños, Hans Rybner siempre llevó con gran peso en su corazón aquella oportunidad perdida y desde entonces y desde su taller profesó un profundo odio hacia los austriacos y los enanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Comenta o muere!