Tengo varios amigos que trabajan en un ciber. Para los neófitos en este aberrante submundo conviene aclarar que actualmente los ciber ya no son el negocio boyante que eran antaño. Los preadolescentes que se gastaban su paga en interminables sesiones de Counter Strike y Riskettos ya tienen conexión a internet en sus casas y ahora les aguantan sus madres.
A los ciber ya sólo van gente rara y turistas -y en ocasiones una espantosa combinación de ambas cosas-. De la gente rara que aún sigue acudiendo a los cibers hay una subespecie que se ha convertido en fuente de inagotables anécdotas para mis amigos. Hablo de aquellas personas que si bien tienen internet en sus casas hay ciertas cosas que no se atreven a consultar en la red desde sus hogares. Toda clase de pervertidos sexuales reptan babosos hasta las puertas de los cibers para que internet les provea de sus dosis de ultrapornografía. Una ultrapornografía tan avergonzante y socialmente censurable que no pueden permitirse el lujo de arriesgarse a consumirla en sus casas. Borrar el historial no es una medida de seguridad a la altura.

El ciber tiene dos plantas y actualmente rara vez hay más de tres clientes en total, de forma que cualquiera que suba al piso de arriba a conectarse a internet se tatúa con neón la palabra PERVERTIDO en la frente. Sí, tatuajes con neón, si no existen no es culpa mía.
De entre todos estos subseres de los que mis amigos me han hablado hay dos que me hacen especial gracia.
El primero es un chaval que sube a la planta del amor a ver vídeos de gordas, siempre de gordas, gordas desnudas, enseñando unas mamellas pantagruélicas. Mientras que a la vez consulta información técnica sobre trenes. Tetas enormes y trenes. Una combinación absurda, completamente demencial y de una perversidad infinita. Pezones como una galleta María y la velocidad máxima del Talgo(III) al pasar por Palencia mezclados en una suerte de fantasía sexual mecanicocárnica surrealista. Un personaje Berlanguiano del siglo XXI que encuentra en el ciber un refugio en el que dar rienda suelta su mente enferma.
El segundo personaje del que quería hablaros es un zoofilo que también frecuenta el piso de arriba del ciber. Caballos, vacas, perros, sin preferencias, mucho menos específico que el anterior pero siempre dentro del ámbito campestre. Lo verdaderamente asombroso de este caso es que un día viniera con un amigo. Con un amigo a ver vídeos de zoofilia. Los dos juntos. Codo con codo. A ver cómo un perro se follaba a una chica. Sin reirse. Sin hacer comentarios. Admirando juntos el material como una pareja normal admiraría el amanecer en un parque. Un amanecer rojo como la polla de un pastor alemán.
Esta anécdota enseguida me planteó una duda muy seria. ¿Cómo entras en contacto con alguien con el que quedar para ir a un ciber a ver vídeos de zoofilia? ¿De qué manera salvas el infinito barranco conversacional que va desde una charla sobre algo normal como 'qué tal está tu madre' a 'me gusta ver vídeos de animales follando con personas, compartirías esa afición conmigo'? No hay ninguna forma de llevar la conversación poco a poco a ese terreno. Simplemente no se puede, el barranco es demasiado ancho, tienes que saltar y saltar mucho, tienes que jugártela, pero no puedes jugártela porque el barranco también es demasiado profundo. Si pierdes lo pierdes todo. De todos los zoofilos que han intentado dar el salto para conseguir un partener con el que compartir sus delicados gustos probablemente estamos ante el único caso con éxito. El resto han caído y sus restos han sido sido empujados hacia la cuneta de la sociedad desde donde se han arrastrado maltrechos a la granja más cercana.
A los ciber ya sólo van gente rara y turistas -y en ocasiones una espantosa combinación de ambas cosas-. De la gente rara que aún sigue acudiendo a los cibers hay una subespecie que se ha convertido en fuente de inagotables anécdotas para mis amigos. Hablo de aquellas personas que si bien tienen internet en sus casas hay ciertas cosas que no se atreven a consultar en la red desde sus hogares. Toda clase de pervertidos sexuales reptan babosos hasta las puertas de los cibers para que internet les provea de sus dosis de ultrapornografía. Una ultrapornografía tan avergonzante y socialmente censurable que no pueden permitirse el lujo de arriesgarse a consumirla en sus casas. Borrar el historial no es una medida de seguridad a la altura.

El ciber tiene dos plantas y actualmente rara vez hay más de tres clientes en total, de forma que cualquiera que suba al piso de arriba a conectarse a internet se tatúa con neón la palabra PERVERTIDO en la frente. Sí, tatuajes con neón, si no existen no es culpa mía.
De entre todos estos subseres de los que mis amigos me han hablado hay dos que me hacen especial gracia.
El primero es un chaval que sube a la planta del amor a ver vídeos de gordas, siempre de gordas, gordas desnudas, enseñando unas mamellas pantagruélicas. Mientras que a la vez consulta información técnica sobre trenes. Tetas enormes y trenes. Una combinación absurda, completamente demencial y de una perversidad infinita. Pezones como una galleta María y la velocidad máxima del Talgo(III) al pasar por Palencia mezclados en una suerte de fantasía sexual mecanicocárnica surrealista. Un personaje Berlanguiano del siglo XXI que encuentra en el ciber un refugio en el que dar rienda suelta su mente enferma.
El segundo personaje del que quería hablaros es un zoofilo que también frecuenta el piso de arriba del ciber. Caballos, vacas, perros, sin preferencias, mucho menos específico que el anterior pero siempre dentro del ámbito campestre. Lo verdaderamente asombroso de este caso es que un día viniera con un amigo. Con un amigo a ver vídeos de zoofilia. Los dos juntos. Codo con codo. A ver cómo un perro se follaba a una chica. Sin reirse. Sin hacer comentarios. Admirando juntos el material como una pareja normal admiraría el amanecer en un parque. Un amanecer rojo como la polla de un pastor alemán.
Esta anécdota enseguida me planteó una duda muy seria. ¿Cómo entras en contacto con alguien con el que quedar para ir a un ciber a ver vídeos de zoofilia? ¿De qué manera salvas el infinito barranco conversacional que va desde una charla sobre algo normal como 'qué tal está tu madre' a 'me gusta ver vídeos de animales follando con personas, compartirías esa afición conmigo'? No hay ninguna forma de llevar la conversación poco a poco a ese terreno. Simplemente no se puede, el barranco es demasiado ancho, tienes que saltar y saltar mucho, tienes que jugártela, pero no puedes jugártela porque el barranco también es demasiado profundo. Si pierdes lo pierdes todo. De todos los zoofilos que han intentado dar el salto para conseguir un partener con el que compartir sus delicados gustos probablemente estamos ante el único caso con éxito. El resto han caído y sus restos han sido sido empujados hacia la cuneta de la sociedad desde donde se han arrastrado maltrechos a la granja más cercana.
-Anda, no sabía que tuvieras perro.
-Sí, me gustan mucho los animales.
-Pero... ¿mucho?... ¿mucho?
-...MUCHO
Imagine me and you I do
I think about you day and night
It's only right
To think about the cow you love
And hold her tight
So happy together
I think about you day and night
It's only right
To think about the cow you love
And hold her tight
So happy together