miércoles, 24 de noviembre de 2010

Encuentros en la tercera mierda


Hace días, semanas y también meses andaba yo caminando por mi querida Villa admirando sus numerosas y prometedoras obras. Despreocupado, dejé que la pasión arquitectónica inflamara mi espíritu y las imágenes de las futuras construcciones terminadas fueron desveladas a mi imaginación.

Una megalópolis futurista iba irguiéndose a mi paso, con cristaleras de reflejo tan nítido que atrapaban hasta el último átomo de la creación y asfaltos planos y negros como el fondo de una sartén recién comprada. En plena fantasía faraónico-delirante vi a unos cincuenta metros por delante de mi a otro ciudadano que atravesaba conmigo uno de los múltiples andamios de Madrid (que junto al metro evitan -sabiamente- que nos roce la cancerígena luz del sol). De inmediato supuse que al igual que yo este otro ciudadano estaría disfrutando con las maravillas de una gestión de obras públicas brillante. Vi como miraba hacia un lado, y hacia otro admirando la capital del reino y hasta me pareció que se agachaba para realizar lo que yo interpreté como una genuflexión para reverenciar una baldosa particularmente bien alineada con la acera.

¡Qué error!, el ciudadano no se inclinaba sobre la baldosa para rendirle la merecida pleitesía, nada más lejos de eso y dándome la espalda, se bajó los pantalones y comenzó a defecar. Horror de horrores. Arrancado bruscamente de mi sueño de construcciones ciclópeas me encontraba de pronto en una pesadilla escatológica. Atrapado entre los hierros del andamio y con un bulbo rojo de toxicómano palpitando y babeando mierda enfrente de mi las opciones no eran muchas.

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Dar la vuelta me obligaba a andar unos 400 horribles metros hasta conseguir salir del andamio y además me obligaba a dar la espalda al ciudadano en apuros con la inquietud de que pudiera asaltarme por la espalda solicitando papel higiénico (¿Es que no te sobra ni un cuadradito?). ¿Enfrentarme al horror, intentar pasar entre el andamio y su ano?, no, esa no era una opción, no por lo visualmente desagradable porque ya no me quedaba mucho más por ver, sino por lo socialmente incómodo. ¿Qué dices? ¿Qué haces? ¿Qué actitud muestras? ¿Saludas? ¿Elogias su obra? ¿Avanzas estoicamente pretendiendo que ya nada te impresiona como hace todo buen madrileño?. No. Los que me conocen saben que desde pequeño quise dedicarme profesionalmente a dos cosas: el ciclismo y el alpinismo. Y como a día de hoy no sé montar en bicicleta di rienda suelta a mi segunda vocación de una forma fugaz y retrepándome por el andamio pude escapar de la pesadilla con un mínimo de dignidad. Más bien poca.

2 comentarios:

  1. All is posible in Madrid. Aun recuerdo ese día que, llendo por la calle contigo y hablando sobre este mismo caso, llegamos a la conclusión de que en Madrid todo es posible y, en un maravilloso acto divino y como para confirmarlo, a pocos metros un señor se sacó el pene y comenzó a mear en medio de la calle. I´m loving it

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  2. Y no meo de cualquier forma, se sacó la chorra y sin acercarse a ninguna pared empezó a mear en medio de la acera, de cara a la gente que pasaba, y ni siquiera era de noche, serían las 6 de la tarde.

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